WASHINGTON — El viernes en la tarde, el subsecretario del Tesoro, Wally Adeyemo, se reunió con el director general de JPMorgan Chase & Co., Jamie Dimon, en la oficina de Nueva York de este último.

El gobierno de Biden y la Reserva Federal estaban considerando realizar la que sería la intervención de emergencia más contundente en el sistema bancario desde la crisis financiera de 2008 y el punto clave de esa decisión era la pregunta que estos dos hombres estaban analizando.

¿Acaso la quiebra de Silicon Valley Bank, el megabanco prestamista de empresas emergentes que acababa de desplomarse, podría extenderse a otros bancos y generar un riesgo sistémico para el sistema financiero?

 “Existe la posibilidad”, señaló Dimon, de acuerdo con algunas personas que escucharon la conversación.

Adeyemo fue uno de los muchos funcionarios del gobierno que iniciaron el fin de semana pasado sin saber a ciencia cierta si el gobierno federal debía rescatar expresamente a los cuentahabientes de Silicon Valley Bank antes de que abrieran los mercados el lunes en la mañana.

En un principio, algunos funcionarios tanto de la Casa Blanca como del Tesoro no creían probable que la rápida caída del banco en la insolvencia provocara una crisis económica, sobre todo si el gobierno podía promover la venta del banco a otra institución financiera.

Pero pronto cambiaron de opinión después de que las señales de un pánico bancario creciente en todo el país —y los reclamos directos de pequeñas empresas y legisladores de ambos partidos— los convencieron de que los problemas del banco podrían poner en peligro todo el sistema financiero y no solo a los inversionistas acaudalados de Silicon Valley.

El viernes en la mañana, los asesores del presidente Joe Biden se reunieron con él en el Despacho Oval, donde, según un funcionario de la Casa Blanca, advirtieron que el pánico que se cernía sobre Silicon Valley Bank podría propagarse a otras instituciones financieras. El mandatario les pidió que lo mantuvieran informado sobre los acontecimientos.

Para el viernes en la tarde, antes de que siquiera cerraran los mercados financieros, la Corporación Federal de Seguro de Depósitos (FDIC, por su sigla en inglés) ya había intervenido e inhabilitado el banco.

No obstante, el tipo de rescate que a fin de cuentas diseñó Estados Unidos no se concretaría públicamente sino hasta el domingo, después de intensas deliberaciones en el gobierno.

Este reportaje está basado en entrevistas a funcionarios y exfuncionarios de la Casa Blanca, el Tesoro y la Reserva Federal, a ejecutivos de servicios financieros, congresistas y otras personas, todos los cuales participaron (o estuvieron al tanto) de las deliberaciones que reinaron en Washington durante un proceso delirante que comenzó el jueves en la noche y terminó 72 horas después con un anuncio extraordinario que fue calculado para anticiparse a la apertura de los mercados financieros en Asia.

Este episodio fue una prueba para el presidente, quien se arriesgó a recibir críticas de la izquierda y la derecha al darle luz verde a lo que los críticos calificaron como un rescate financiero bancario. Asimismo, confrontó a la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, con la posibilidad de una crisis bancaria en un momento en que se había vuelto más optimista de que se podría evitar una recesión. Además, fue la demostración más descarnada hasta la fecha de la manera en que los tremendos aumentos de las tasas de interés por parte de la Reserva Federal estaban afectando la economía.

Silicon Valley Bank quebró porque había puesto un gran porcentaje de los depósitos de sus clientes en títulos hipotecarios y en bonos del Tesoro a largo plazo, los cuales prometían rendimientos modestos y estables cuando las tasas de interés eran bajas. Cuando subió la inflación y la Reserva Federal incrementó las tasas de interés casi de cero hasta más del 4,5 por ciento para combatirla a lo largo del año pasado, el valor de esos activos se deterioró. El banco prácticamente se quedó sin dinero para pagar lo que les debía a sus cuentahabientes.

Para el jueves, la inquietud iba en aumento en la Reserva Federal. Ese día, el banco había recurrido a la Reserva Federal para pedirle dinero prestado a través de la “ventanilla de descuento” del banco central, pero pronto fue evidente que no iba a ser suficiente para evitar su desplome.

Algunos funcionarios, entre ellos el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, y el vicepresidente para la supervisión, Michael Barr, trabajaron desde la noche del jueves hasta la mañana del viernes para tratar de hallar una solución a la desintegración del banco. Para el viernes, los funcionarios de la Reserva Federal temían que la quiebra del banco pudiera plantear riesgos generalizados para el sistema financiero.

La preocupación va en aumento: durante el fin de semana disminuyeron las posibilidades de organizar una venta rápida a otro banco con el fin de tranquilizar a los cuentahabientes. Varias empresas contemplaron la idea de comprarlo, entre ellas algunas de las más grandes e importantes a nivel sistémico.

PNC, un banco regional sólido, se aproximó con cautela a hacer una oferta aceptable, pero el acuerdo no se concretó debido a que, según una persona informada del asunto, el banco se apresuró a revisar los libros de Silicon Valley Bank y no logró tener suficientes garantías por parte del gobierno de que lo protegería de los riesgos.

El jueves en la noche, parecía poco probable que se realizara una drástica intervención del gobierno cuando Peter Orszag, primer director de presupuesto del expresidente Barack Obama y ahora director general de asesoría financiera en el banco Lazard, presidió una cena ya programada en las oficinas del banco en el Centro Rockefeller de la ciudad de Nueva York.

Entre los asistentes estaban Adeyemo y un par de funcionarios importantes: Michael Crapo, senador republicano por Idaho, y Mark Warner, senador demócrata por Virginia. Ambos fueron promotores de una ley de 2018 que hizo retroceder la reglamentación sobre los bancos pequeños que ahora los críticos afirman que dejó indefenso a Silicon Valley Bank.

También estaba ahí Blair Effron, un importante donante demócrata cuya empresa, Centerview Partners, acababa de ser contratada por Silicon Valley Bank para asesorarlo sobre sus problemas de liquidez. Horas antes, ese mismo día, el banco, con ayuda de Goldman Sachs, había intentado reunir dinero para evitar el desplome, un intento que para el jueves en la noche era evidente que había fracasado.

Effron y Adeyemo hablaron cuando se volvió innegable que Silicon Valley Bank se estaba quedando sin opciones y que tal vez sería necesaria una venta (o alguna intervención más considerable).

Jeffrey Zients, el nuevo jefe de gabinete de Biden, y Lael Brainard, la nueva directora de su Consejo Económico Nacional, también estaban siendo bombardeados por advertencias sobre la amenaza que planteaba el banco para la economía. Cuando los cuentahabientes de Silicon Valley Bank se apresuraron a retirar su dinero el jueves y provocaron la caída libre de sus acciones, Brainard y Zients comenzaron a recibir una avalancha de llamadas y mensajes de texto de los líderes preocupados de la comunidad de empresas emergentes que tanto dependía del banco.

Brainard, quien ya había vivido crisis financieras en otros países cuando trabajó en el Departamento del Tesoro en la época de Obama y cuando fue integrante del consejo de la Reserva Federal, había comenzado a preocuparse de que una nueva crisis resultara de la quiebra de Silicon Valley Bank. Brainard y Zients le plantearon esa posibilidad a Biden cuando hablaron con él en el Despacho Oval el viernes en la mañana.

Otros funcionarios del gobierno fueron más escépticos y más bien les preocupaba que el bombardeo de presiones que Brainard y otras personas estaban recibiendo fuera solo una señal de que los inversionistas adinerados estaban tratando de obligar al gobierno a respaldar sus pérdidas. Además, se temía que cualquier tipo de medida gubernamental pudiera ser considerada como el rescate de un banco que había gestionado mal sus riesgos y fomentara un comportamiento riesgoso en el futuro por parte de otros bancos.

El sábado en la mañana, Brainard comenzó a recibir llamadas de preocupación que no pararon sino hasta ya entrada la noche. Brainard y Zients le informaron a Biden todas las novedades esa tarde, prácticamente a esa hora, ya que el presidente estaba pasando el fin de semana en su estado natal de Delaware.

El mismo sábado, Biden también habló con el gobernador de California, Gavin Newsom, quien insistió mucho en que interviniera el gobierno por temor de que, si no lo hacía, el lunes por la mañana varias empresas de su estado no pudieran pagarles a sus empleados ni hacer frente a otros costos de operación.

La preocupación aumentó ese día cuando los reguladores evaluaron datos que revelaban que la fuga de depósitos en bancos regionales de todo el país iba en aumento, lo cual es una señal probable de que el sistema está en riesgo. Comenzaron a emprender dos conjuntos de medidas políticas posibles, de preferencia, encontrar un comprador para el banco. Sin esa opción, tendrían que aplicar una “excepción de riesgo sistémico” con el propósito de permitir que la FDIC asegurara todos los depósitos del banco. Supusieron que, a fin de tranquilizar a los inversionistas nerviosos, también se necesitaría una línea de crédito de la Reserva Federal para apuntalar más en general a los bancos regionales.

El sábado, Yellen convocó a los altos funcionarios —Powell, Barr y Martin Gruenberg, presidente del consejo directivo de la FDIC— a que determinaran qué hacer. La secretaria del Tesoro estaba recibiendo una llamada tras otra por Zoom de funcionarios y ejecutivos, y en algún momento calificó lo que estaba oyendo acerca del sector financiero como algo espeluznante.

En privado, ya era indudable para el equipo económico de Biden que los clientes de los bancos se estaban asustando. El sábado en la noche, funcionarios del Tesoro, de la Casa Blanca y de la Reserva Federal acordaron de manera tentativa dos medidas audaces que concluyeron y anunciaron el domingo en la tarde: el gobierno garantizaría que a todos los cuentahabientes se les regresara su dinero completo y la Reserva Federal propondría un programa que ofrecería préstamos atractivos a otras instituciones financieras con la esperanza de evitar una serie de quiebras bancarias.

Para el domingo en la mañana, los reguladores le estaban dando los últimos toques al paquete de rescate y preparándose para informarle al Congreso. Yellen, tras una consulta previa con el presidente, aprobó la “excepción de riesgo sistémico” que protegería todos los depósitos del banco. Los miembros bipartidistas de la Reserva Federal y de la FDIC votaron de manera unánime para aprobar esa decisión.

Esa misma noche anunciaron un plan para garantizarles a todos los cuentahabientes de Silicon Valley Bank y de otra institución financiera importante en bancarrota, Signature Bank, que recuperarían todo su dinero. La Reserva Federal también aseguró que les otorgaría préstamos a los bancos sobre sus bonos del Tesoro y muchas otras carteras de activos cuyo valor había disminuido.


Source: Economia